martes, 23 de diciembre de 2008

Roja Navidad

El rojo contrastaba con el blanco puro de la nieve. La escena no tenía sentido, pero no había ninguna duda, estaba muerto.

Los que llegaron respondiendo a la llamada, y los que lo hicieron por curiosidad, lacrimeaban en silencio. La desilusión era plausible, y, poco a poco, se fueron a sus destinos familiares para contar la mala noticia.

Pensaron que se había caído, por la profundidad a la que el cuerpo estaba sumergido en la nieve. No había ni rastro del trineo o de los renos. Era muy desconcertante, ¿por qué no habían vuelto a buscarlo?

viernes, 19 de diciembre de 2008

Más de lo mismo

Otra vez "Me voy". Otra vez tristeza y melancolía. Otra vez besos y abrazos. Otra vez "Te llamaré". Otra vez deseos de buena suerte. Otra vez un coche que se va. Otra vez un vacío. Otra vez los minutos y las horas y los días haciendo su trabajo. Otra vez llamadas de "¿Qué tal te va?". Otra vez la distancia y el olvido. Otra vez este sentimiento. Otra vez "Adiós". Otra vez "Hasta siempre".

lunes, 15 de diciembre de 2008

En el caos no hay error

- ¡Hola! ¡Cuánto tiempo! ¿Qué es de tu vida?
- ¡Hola! Bien..., bueno..., tirandillo.
- ¿Qué?, ¿sigue todo igual?
- Ufffff, pues no. Mis padres me echaron de casa hace una semana, así que he tenido que trasladarme a casa de mi hermana. Vive a veinte kilómetros de la ciudad, pero esa incomodidad podría soportarla si su marido no me persiguiese constantemente con ojos de salido.
- ¿Y el curro?
- Pues me echaron hace un mes. Y como era a media jornada no tengo paro. A ver si encuentro algo pronto.
- ¿Y Miguel?
- Jajaja, Miguel se fue con una colombiana. Hace más de un mes que no sé nada de él. Tendría que verlo para comentarle que estoy embarazada, pero no me apetece demasiado.
- ¿¡Y qué vas a hacer!?
- Voy a tomar un café, ¿te vienes?

jueves, 11 de diciembre de 2008

Futuro perfecto

- Te odio.
- Pero…,¡si acabamos de hacer el amor!
- Por eso mismo te odio.
- Hace un momento me dijiste que me querías.
- Mis futuras lágrimas surgirán de estos momentos, déjame que te odie por ello.

Me lo llevo

Se vestía lentamente, aún le temblaban las piernas.

Era ya la cuarta vez en el mismo día y seguía queriendo más, seguía necesitando más. Mientras se subía las medias recordaba como se adaptaba perfectamente a ella, como la envolvía de una forma especial, su tacto, su delicadeza. La había hecho sentir especial, y eso la excitó, la cautivó de inmediato. No pudo evitar mirarse en el espejo y admirar su cuerpo, una mirada lasciva, una lengua juguetona.

Salió de allí, sólo quedaba el último trámite: "¿En efectivo o con tarjeta?".

miércoles, 10 de diciembre de 2008

En la salud y la enfermedad

- ¿Crees que podrás?
- Creo que sí.
- Dime, ¿cómo lo harás?
- Te abriré y lo sacaré con mucho cuidado. Lo guardaré en la cajita de las flores, la que tanto te gusta.
- ¿Y no hay otra manera?
- No, si quieres que te quiera para siempre tendrás que morir.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Las doce

Las doce: una, dos, tres, cuatro, cinco,... aghhhh, aghhhh, aghhhh,... aire,... necesito aire, aire, nadie mira,... ayudadme, ayudadme,... aghhhh, me ahogo, mirarme,... no puedo hablar, no respiro, no os riáis, no es broma, ayuda, ayuda... Once, doce: ¡¡¡¡¡Feliz año!!!!!

martes, 2 de diciembre de 2008

Ama y delicado

Siempre fue demasiado delicado. No había lugar para la pasión desaforada, los juegos indecentes, para la transgresión y la violencia. Sí había besos delicados, caricias delicadas, un tempo delicado, y el "te quiero" formal después de la consumación del amor.

Cansada de la delicadeza, le ofreció un gran regalo para una mente perversa: "hoy soy tuya, haré lo que tú quieras, te obedeceré en todo". "¡Qué bien!, ponte encima y trabaja tú, yo estoy cansado".

lunes, 24 de noviembre de 2008

Evaluación profesional

El anuncio decía: “Se necesitan peones para fábrica, llamar al 666666666 “. La llamada era obligada, pero cuando terminó de marcar, la voz del otro lado le sorprendió: “Los que estéis dispuestos a morir, llamad al número 666666669. Los que estéis dispuestos a matar, llamad al número 666666665”.

Entendió que morir era más fácil y eligió matar, aunque tampoco estaba demasiado seguro de ser capaz, pero ahora mismo un trabajo era un trabajo.

Le mandaron una carta con la lista de las personas a las que tenía que eliminar. Sólo había tres nombres, tres personas desconocidas necesarias para conseguir su objetivo. Las dos primeras fueron presas fáciles, gente de costumbres arraigadas. La última, aquella mujer de largas piernas, fue un poco más complicada. No tenía hábitos constantes, y tuvo que recurrir a la improvisación por mucho que la odiase. Un día, de vuelta a casa, allí estaba él, esperándola, y cuando sacó el arma en el ascensor, ella sólo dijo: “Así que elegiste matar”.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Cita fantástica

Entro en el bar y me siento en la segunda mesa a la derecha. Tú estás allí. Te das la vuelta y me reconoces, te saludo y te acercas. "Hola, ¿qué tal?". "Bien, ¿y tú?". "Bien, como siempre". Sigue la conversación y mi amiga no llega. Muchas sonrisas. De repente, un mensaje: "No puedo ir, me ha surgido un imprevisto, lo siento". Levanto la vista y te invito a sentarte. "Mi amiga no va a venir". Hablamos de muchas cosas y descubrimos afinidades secretas. Más sonrisas y miradas, incluso alguna carcajada.

Te invito al café. "¿Tienes algo que hacer?". "No, iba a tirarme en el sofá". "¿Te vienes a cenar conmigo?". "Vale, ¿a dónde me vas a llevar?". "Conozco un tailandés". "Me encanta el picante".

La cena es divertida. Yo escojo el vino, tú la comida. Los colores suben y el picante hace de las suyas. El ambiente se caldea y las insinuaciones hacen acto de presencia. El juego comienza.

"¿Vamos a tomar una copa?". "Conozco un sitio genial". Y allá vamos, sin dejar de reír, las inhibiciones desapareciendo. En el pub ponen una lenta, y entre risa y sonrisa: "Baila conmigo". "Yo no bailo agarrada". "Eso es porque nunca lo has hecho". Mientras me rodea con sus brazos y me mira a los ojos, un beso furtivo se desliza. Ya no me siento una idiota entre sus brazos, pero la canción llega a su fin. Siguen la risa, la sonrisa y las miradas.

"¿Vamos a dar un paseo?". "Vamos". Después de un buen trecho, en una calle desierta, al doblar una esquina, te paras, me agarras del brazo, me atraes hacia ti, y me besas. Y yo también te beso. Te apoyo contra la pared y te acorralo. Mi marido comienza a roncar y, como todas las noches, el sueño se desvanece.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Final de película

Me besas. Me resulta más frío de lo que esperaba en una despedida, pero pienso que no hay nada escrito sobre las despedidas, y continúo con mis labios en tus labios, como si mi cabeza no funcionase.

¿Tendría que llorar? No quiero hacerlo mal, me gustaría transmitirte lo mucho que voy a echarte de menos, pero demasiada emotividad no es convincente.

No quiero decirte palabras ya usadas que me sonarán falsas, y la escena me parecerá una película, y no le daré importancia porque estaré esperando un anhelado "corten" que lo convierta todo en falso.

Pero no puedo contarte eso, no lo entenderías, y me mirarías de forma extraña, y el único recuerdo que tendrías de este momento sería lo que tú llamas "tus ideas raras".

Así que, me limitaré a seguir las normas ya establecidas, y diremos lo que otros ya han dicho, y sonará a falso, pero es lo que único que sabemos decir, nunca nos enseñaron a hacerlo de otra manera.

Cuando cuente hasta tres te despertarás y acabará el beso, y no recordarás nada de todo esto: uno, dos, tres...."acción".

jueves, 13 de noviembre de 2008

Cosas que llevan a otras

Se me revolvieron las tripas en cuanto lo vi. Ya no pude mirarlo más, claro, porque cada vez que, simplemente, recordaba la escena, algo subía por mis adentros. Tenía pinta de arcada.

No entendía por qué Adolfo los había invitado a cenar. Pensé que, como otras veces, le había entrado la vena solidaria y que tendría que tragarme el asco y el desprecio para después escupirlo cuando estuviese a solas. Pero no fue exactamente así.

La cena no estuvo mal del todo, mi marido no se esforzó en absoluto por disimular su asco y desprecio (que él también tiene mucho de eso), y, aunque me pareció que era de mal gusto, yo me relajé y me dejé llevar

Y terminó, con esas dos personas dudando de la buena obra que estábamos llevando a cabo, y con nosotros sin disimular en ningún momento que éramos superiores. Y como una cosa llevó a la otra, mi marido, sin mediar palabra, se levantó, cogió el atizador de la chimenea y se lo clavó en la cabeza al que estaba a su derecha. Yo me reí, porque la escena había sido cómica de verdad, la cara del aquel hombre cuando se había dado cuenta de lo que iba a pasar fue tronchante.

El otro escapó, pero mi marido lo enganchó en las escaleras por el ojo, bueno, más bien, por el hueco del ojo.

Se me revolvieron las tripas en cuanto lo vi. Ya no pude mirarlo más, claro, porque cada vez que, simplemente, recordaba la escena, algo subía por mis adentro. Tenía pinta de arcada.

martes, 11 de noviembre de 2008

Glock

Arrancamos. Llevo preparado el pasamontañas y la pistola: una Glock. Glock, me encanta la palabra. Pienso en cómo suena una bala cuando entra, glock. La cabeza al golpear el suelo, glock. Una gota de sangre que rebota, glock.

Preciosa, es preciosa. Me gusta tenerla en la mano, pero cuando la toco mil tambores vibran en mi cabeza resonando como una alarma repetitiva. Glock, a lo mejor es el vacío, la nada, como un espacio sin espacio en donde no existe el eco, glock. Eso tendría más sentido.

Me encuentro mal; tengo arcadas que intento disimular como puedo. Manuel sonríe y me dice: "Ya verás, chaval, esto está chupado". Intento no dudar.

Para la furgoneta, me bajo el pasamontañas y guardo la pistola, glock. Salto al suelo y se me cae. No he debido poner el seguro porque cuando la recojo se dispara y mata a Manuel. Los guardias nos oyen y sacan sus armas, y yo caigo al suelo, glock. Y los tambores cesan, glock. Sólo oigo glock glock glock glock .....

viernes, 7 de noviembre de 2008

Besos

Puede que se encuentren volando, el que va hacia ti y el que viene hacia mí. ¿Se reconocerán? No creo, o puede que lleven el nombre escrito y al cruzarse a gran velocidad sólo puedan echar una mirada hacia atrás, como quien no reconoce a un amigo. Pero espero, sinceramente espero, que algún día no sean capaces de volar con la rapidez que les caracteriza, que se vean llegar de lejos, que se reconozcan, y que se unan para que su destino sea cumplido. Y ahora, te mando uno de regalo: beso.

sábado, 25 de octubre de 2008

Menú especial

El último pago había sido satisfecho. Ahora, en cualquier momento, podían matarle. Había decidido no querer enterarse, no estar preparado, aunque ya llevaba mucho tiempo pensando en ello y creía haberlo aceptado, pero ver las cifras impresas en esa hoja le revolvió las tripas y sintió miedo. No miedo a la muerte, sino al dolor. ¿Sentiría algo al morir? El acuerdo decía que no, que sería algo rápido e indoloro, pero siempre quedaba la duda. El acuerdo también decía que no debía sentir miedo, que la carne se contrae y después resulta fibrosa y dura.

viernes, 24 de octubre de 2008

Adherida a sus entrañas

Desde entonces no ha amado a nadie más. Unos dicen que se le agotó el amor de tanto usarlo, otros cuentan que ya se le olvidó cómo hacerlo, pero yo creo que su corazón está al completo, y que, cada noche, entre sollozos angustiosos, intenta arrancárselo para no sentir más, pero sus huellas quedaron tatuadas en su piel, y la llama que la mantiene viva está demasiado adentro.

jueves, 23 de octubre de 2008

Existen en los libros

Los cambios comenzaron cuando la conoció. No podía explicar muy bien en qué consistían, pero sabía que ya no era el mismo, no se sentía igual que antes, no pensaba igual, no disfrutaba igual, no veía igual… Era como si hubiesen puesto una media a su alrededor que no le dejaba ver con claridad lo que ocurría realmente, como estar en una burbuja translúcida.

Tampoco es que ella o el encuentro le hubiesen dado la vuelta a su vida, no hubiesen significado nada sin la relación espacio-temporal con aquello que le estaba sucediendo, pero le parecía significativo que todo comenzase a raíz del beso de despedida, como un maleficio del que fuese imposible escapar, como si esa chica le hubiese hechizado de alguna manera.

La transformación física, si es que no aceptamos la transformación de los sentidos como tal, se dirigía a que pasase desapercibido, su cuerpo se desdibujaba lentamente y probaba a hacerse fotos en las que sólo se adivinaba un espectro, una mancha humana no muy bien delimitada.

No supo hasta mucho tiempo después, cuando ya apenas se vislumbraba su silueta, que los personajes de los libros no resisten fuera de su espacio natural, y que adentrarse en la vida real los dota de inexistencia.

30 euros el completo

Entré en aquella cabina de camión intentando pensar que era una reina, y que me esperaba un rey, o que era un príncipe y yo una princesa, o algún tipo de relación en la que el amor verdadero estuviese presente, pero, ¿qué relación contiene un amor verdadero?, una de ésas en la que das y no obtienes nada a cambio. Ninguna, cero, porque no existen, siempre hay una contraprestación más allá del amor, más allá de la pureza del amor. Todos obtenemos placer, y yo, simplemente, iba a cambiar el placer del cuerpo por el placer de tener unos billetes en el bolso. No es tan grave, no hay por qué alarmarse, mi placer lo obtengo como muchas otras mujeres que después de utilizar sus artes carnales, se compran un visón. Pues yo soy de ésas, pero sin bodorrio de por medio.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Se acabó

Nos desunirá el amor, y lo único que mantendremos intacto será el lazo del odio, el rencor de haber sido, la angustia del fracaso, el miedo a lo desconocido, y un millón de objetos compartidos por los que lucharemos como si fueran retazos perdidos de un tiempo no vivido.

martes, 21 de octubre de 2008

Pasado remoto

Ayer te reconocí en mis sueños, por el tatuaje en la muñeca y la sonrisa, ya te dije una vez que nadie sonríe como tú.

Estabas sentada en el banco del parque, el que está al lado de la cabaña, y mirabas al horizonte fijamente, hasta que sentiste mi presencia y me miraste y sonreíste, y aunque era tu sonrisa tenía un deje amargo, pero era la tuya, y me senté a tu lado cuando me ofreciste asiento. Creo que tú también me reconociste, porque ahora, aunque seguías sentada mirando al horizonte, tu sonrisa seguía allí, cada vez más amplia, cada vez menos deformada. Y después yo también miraba al horizonte sonriendo, sabiendo que compartíamos la belleza de ese instante, que éramos tú y yo, allí sentadas, volviendo a encontrarnos, aceptando la existencia de la otra con la mayor naturalidad.

Cuando me desperté esta mañana le sensación era diferente a la de todas las mañanas, sabía que no vendrías, me dijiste adiós cuando te levantaste del banco y te fuiste caminando por el parque.

lunes, 20 de octubre de 2008

Anhelo de libertad

Cada día que pasa me acerco más a ti. Lo noto en el olor, que se va haciendo más perceptible, e incluso, a veces, inunda la estancia hasta marearme.

También lo noto en el estómago, las mariposas revolotean sin que haya nadie que les dé caza y las pinche y las exponga, como trofeos de muerte.

Lo noto en mis ojos, ya desgarrado el telón que yo misma había instalado a fuerza de costumbres.

El corazón también me lo dice, tranquilo y sereno conforme pasan las horas, sabiendo que el camino que recorro para encontrarme contigo es digno de ser vivido como si no hubiese un mañana. Porque, ahora mismo, no hay un mañana entre tú y yo, la línea aún es fina, la cuerda que nos une puede no estar preparada para tanto peso.

Los lamentos han cesado, quizá por el olor, las mariposas, la visión y la relajación. Quizá porque el eco ya no funciona.

Mi sangre te espera, roja y veloz, espesa y caliente, encendida por la emoción de encontrarte.

Te voy haciendo un hueco en mí, para que tengas sitio donde instalarte. Quiero ser buena anfitriona para que no tengas que huir, para, llegado el momento, encender el fuego y ser tu hogar.

Y mientras espero yo sigo con lo mío, sigo entrenándome para que, en tu llegada, me encuentres preparada, lista, poder reconocerte sin asomo de dudas y reclamarte, poder susurrar que ya te tengo, y siempre, compartirte, porque si fueses para mí sola, ¡qué aburrimiento!, ¿no crees?.

viernes, 17 de octubre de 2008

Cuenta atrás

Hoy no he hecho la comida, no he hecho la cama, no he ordenado el salón, no he limpiado el baño, no he comprado el pan ni nada de comer, no he puesto la lavadora, y la ropa tendida aún sigue allí. He salido con la camisa roja, ésa que odias, y los últimos botones no estaban abrochados. He hablado con un hombre en un bar, y le he mirado a los ojos, no he escondido la vista esquivando el contacto. Hoy me he puesto los zapatos de tacón y mi cuerpo se bamboleaba al andar, sé que me miraban por la calle, y me he sentido bien. También he cogido dinero y me he comprado ropa, cremas, incluso lencería de la que tú no soportas en mí. Me he acercado al juzgado y se me ha ocurrido entrar, y ya que estaba allí he puesto la denuncia.

Hoy, al fin, he sido mala de verdad, hoy sí que merezco tus golpes, tus desprecios, tus insultos... Pero date prisa, porque mañana ya no podrás.

jueves, 16 de octubre de 2008

Conciencia

No me di cuenta de que te habías ido hasta un tiempo después, cuando el regreso ya era casi imposible y la costumbre de no oirte se había apoderado de mí. No te eché de menos, no como debería haberlo hecho, al fin y al cabo toda una vida juntos es demasiado tiempo y pensé que nunca me abandonarías, tú no eres de las que abandona, pero ya te digo, una mañana no oí tu voz, no sentí tu presencia, y resulta que ya no estabas ahí, que te habías ido sin avisar.


Creo que ya sé lo que pasó, y te pido perdón por adelantado, sé que debería haberte hecho caso, sé que debería haber prestado más atención a tus palabras, pero el instinto, ya sabes, eso que nos domina por momentos y nos nubla el juicio, pues eso fue todo, no busques más explicaciones porque no las hay. Y me avisaste, lo sé, soy consciente de ello, y quizá pienses que había otra opción, pero no, tú que me conoces bien deberías saberlo, son ya demasiados años juntos como para que siguieses engañándote conmigo, no había posibilidades, conmigo no.

Aún resuenan en mi cabeza tus últimas palabras, las que en ese preciso instante no escuché, las que me decían que aquello no estaba bien, que si seguía por ahí nunca habría vuelta atrás, pero fue superior a mí, aquello que me invadió en ese momento, ese impulso, eso que es más fuerte que yo y que clavó el cuchillo en carne humana, caliente y sangrienta, eso que hizo que huyeses, eso que soy, eso que ya no volverá a tenerte.

lunes, 13 de octubre de 2008

Viaje

Todo pasó muy deprisa: el sol, el calor, las risas de los niños, una mirada cómplice, la música, las ganas de llegar, la carretera solitaria, una ardilla, el frenazo, las vueltas de campana, los gritos, el miedo, el dolor, el estruendo, el silencio...

miércoles, 8 de octubre de 2008

La muerte en el espejo

Aquel espejo me ponía nervioso. Cada vez que bajaba por las escaleras me encontraba con mi imagen reflejada, y por eso, cada noche lo movía de forma que sólo reflejase el cuadro del santo cuyo nombre nunca había recordado.

Cada mañana volvía a estar en su sitio, recto y desafiante, empeñándose en cumplir su función, y los niños que bajaban las escaleras se veían en él y le hacían muecas y gestos. Otros se miraban con curiosidad, como si no se conociesen, pero todos enfrentados a la verdad de sus rostros inmaculados y puros.

Antes yo también me miraba en él, y veía mi sonrisa y mis ojos grandes y vivos, pensando que nada cambiaría, que todo cobraría otro significado con el tiempo, y que ese espejo sería como un diario de lo vivido: su reflejo me contaría la historia de mi vida.

Vuelvo a bajar las escaleras para moverlo, y las bajo con los ojos cerrados, no quiero verme más, porque donde había ojos ahora sólo hay huecos, y donde había sonrisa sólo hay espanto, y donde había vida sólo queda muerte.

jueves, 2 de octubre de 2008

Variaciones sobre el mismo tema

Función mortal I

Se abrió el telón lentamente, y como en las grandes ocasiones, la expectación se respiraba en el ambiente. Desde su posición de privilegiado pudo asistir a la función de la que era protagonista (así constaba en los papeles), pero los secundarios interpretaban tan bien que en seguida le robaron el papel de titular, y pasó a un segundo plano, estático, observando con la envidia de quien sabe que es su última oportunidad.

Los actos se sucedían, pero sabía que el último era el suyo. No contó con la posibilidad de una segunda función, de la rapidez y las prisas, y cuando creyó estar preparado para sorprenderlos con un giro inesperado, ya habían cerrado la caja.

Función mortal II

Se abrió el telón y la función comenzó. El protagonista estático, los secundarios sobreactuados, y nos perdimos la escena final porque tenían prisa por cerrar la caja.

Pd: Al final el protagonista triunfó, le mandaron muchas flores.

Función mortal III

Quieto, ya se abre el telón, tu papel está claro así que no te salgas del guión, aunque estaría bien hacer una pirueta final que cambie por completo el sentido de la trama. Sí, tendré que hacerla, los secundarios me han quitado todo el protagonismo y ésta es mi última función. Venga: preparados, listos, ya... ¿quién ha cerrado la caja?

miércoles, 1 de octubre de 2008

No se baja vivo de una cruz

Me dijeron, cuando llegué, que acababa de morir. Entré en la habitación y lo vi, tumbado y como dormido, pero ya no había más latidos, ni más suspiros, ni más cosas que ver o comprender. Sólo su cuerpo, ya cansado y frágil, después de operaciones, infecciones, y complicaciones inesperadas. Y allí, mientras lo miraba, y mis pensamientos recorrían lo que habíamos vivido juntos, y las lágrimas me hablaban de sentimientos encontrados, comprendí, al fin, que era mortal.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Esperando

El frío me alertó de que algo pasaría, porque se me metió hasta dentro de todo y eso que me daba el sol, pero en medio de un camino con un niño y tres perros, y el silencio, y el frío, empecé a pensar en una película española de ésas en las que la normalidad se convierte en terror por el simple hecho de saber que algo va a ocurrir de repente, y ya no disfruté del momento, sólo estaba al acecho, sólo esperaba el acto final que justificase el silencio, y el frío, y a ese niño con esos perros en medio del camino.

jueves, 25 de septiembre de 2008

A solas

Ven, tiéndete sobre mí, ¿no lo notas? ¿No notas el vaivén de las olas?, ¿y el grito silencioso?, ¿y el olor a hierba mojada?, ¿y los mosquitos de una noche de verano?.

¿No notas el latir que ruge?, ¿y la brisa?, ¿y una estrella fugaz?, ¿y esa hoja que cae?, ¿y las risas, las carcajadas?.

No, tú lo que notas es el vacío, ése que no tiene nombre, el que me despierta sudorosa y me hace buscar tu cuerpo caliente.

Ése que te llama cada noche a gritos y no me deja dormir. El que inunda mi ser, ese hueco yermo que traspasa mis fronteras y suplica, una y otra vez. Y mil veces más.

Ése en el que no encuentras espacio porque te queda grande, ése que te engatusa para que te instales en él.

Ése que también puede ser ésa, la que corroe, la que invade, la que no debe triunfar. La que cuando se va no echas de menos.

Ven, acaríciame, recórreme en mi vasta extensión, pero no puedes, no debes, quedarte, aquí ya no hay sitio para ti, porque ella llegó primero.

Zugal

Era morena de ojos negros, y eso la marcó desde la infancia porque tuvo que entrar en el grupo de las medas con todo lo que ello conllevaba. Se inició a los 3 años, edad a la que todos eran dirigidos hacia sus propios grupos, sin derecho a rebelarse ni opción a cambiar. Nunca tuvo muy claro el por qué de los grupos así constituidos, pero a su edad no podía hacer más que seguir las instrucciones que le marcaban.

El día que se dio cuenta de que no estaba en el grupo correcto, que las medas no era lo que a ella le correspondía, tuvo un grave enfrentamiento con los directores de la cúnula, que decidieron enviarla como castigo al grupo de los rifes, pero ella seguía gritando y pataleando, exigiendo y suplicando que no debía estar en las medas, que aquél no era su lugar.

Pasado el castigo se volvió más tranquila y obediente, y los méritos crecieron hasta hacerle poseedora de la crin dorada, un premio que le daba la oportunidad de visitar cualquier grupo, y si era elegida por el comité de zugals, podría hacer valer esa opción para convertirse, en un futuro, en uno de ellos.

No conocía a los zugals, nadie los había visto, sólo aquellos que también se convertían, y existían un millón de leyendas que les conferían poderes y sabiduría a partes iguales. Eran los únicos que estaban por encima de grupos y leyes, ellos eran la ley, la única ley que perduraba en la cúnula y que, al parecer, por lo que decían, se trasladaba de unos a otros según iban convirtiéndose, algo muy raro en un mundo donde la palabra escrita lo era todo.

Un día, poco antes de que la elección fuese hecha, volvió a ella la rebelión y la inconformidad, y tras meditarlo mucho se cortó el pelo al cero y se cosió los ojos con hilo rojo. El dolor que sintió no fue nada en comparación con la inevitabilidad que había sufrido durante toda su vida. Sí, era morena de ojos negros, pero eso no la convertía en una meda, nunca le habían explicado por qué.

Su acción se conoció por toda la cúnula, y todos estaban ofendidos por la rebeldía y la poca consideración hacia los de su propio grupo, pero alguien vino a su habitación, la cogió de la mano, y le pidió que no hiciera preguntas, que sólo lo acompañase. En una pequeña sala sintió las manos de mucha gente sobre su cara, escuchó voces que asentían y, tras un largo rato de incomprensión le dieron la bienvenida. Sin ella saberlo, ya se había convertido.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

La carta desaparecida

Blanca se sintió morir y apagó la tele. Nunca había entendido el afán por mostrar la crueldad humana, como si alguien necesitase que se la enseñaran para creer en ella, pero en ese instante llamaron al timbre, y la carta que le entregaron alejó esos pensamientos de su mente.

Su vida era normal, acababa de separarse después de quince años de relación, tenía dos hijos a los que quería más que a su vida, y un trabajo que le permitía no tener que depender de nadie, ni siquiera de su ex. Estaba contenta porque por fin había tomado la decisión que llevaba macerando en su cabeza durante demasiado tiempo, y no se arrepentía en absoluto de haber abandonado su “estable” vida al lado de Daniel, por otra más impredecible pero mucho más divertida y alegre. No quería otra cosa más que ser feliz, en la medida de lo posible, claro, tampoco es que fuese una ingenua y pensase que todo iba a ser de color de rosa, pero mejor que antes seguro que sí.

Abrió la carta. Sólo había un papel en blanco con una fecha y una hora, faltaban dos días para ese instante. No entendió lo que le querían decir, pero, en vez de tirarla, la guardó en la mesilla de noche y se fue a hacer la comida, sus hijos no tardarían en llegar.

Esa tarde la llamó Daniel:

- ¿Podríamos quedar para hablar del tema?
- ¿De qué tema?, ¿del de siempre?, ya te he dicho que no voy a volver, te pongas como te pongas.
- ¿Y no podrías darme otra oportunidad? Te prometo que las cosas serán diferentes. Ya he aprendido la lección, por favor.
- No es una lección, es una elección: la que yo he hecho. Además, no deberías prometer cosas que no vas a cumplir. Te he dado muchas oportunidades, y tú no has sabido aprovecharlas. No voy a volver, y deberías dejar de pedírmelo, es una situación muy incómoda para mí.
- Te arrepentirás, estoy seguro de que te arrepentirás.
- ¿Ya estamos con las amenazas? Por favor, déjame en paz.

Después de colgar se puso a llorar. La decisión estaba tomada, pero no por ello era menos dolorosa, y él se empeñaba en ponerlo aún más difícil. Ahora estaba enfadada, pero sabía que eso podía cambiar fácilmente, y no quería que él siguiese por ese camino, podía ser su perdición.

Los días pasaban tranquilos, salvo por las llamadas que no dejaban de sucederse continuamente, y que siempre seguían el mismo patrón, peticiones, súplicas, y, al final, amenazas que no se cumplirían. Y seguía con su rutina, con su trabajo, con sus hijos, disfrutando de cada momento porque la carga que llevaba consigo había desaparecido. Se sentía libre, se sentía segura y confiada en que todo saldría bien.

Recibió una llamada y ya estaba preparada para el suplicio diario que suponía hablar con él, pero una voz desconocida preguntó por ella.

- ¿Podría hablar con Blanca Álvarez, por favor?
- Sí, soy yo.
- Su marido ha tenido un accidente.
- Estamos separándonos. Ya no es mi marido.
- Lo siento, encontramos su número y es el único familiar que consta.
- ¿Qué le ha pasado?
- Lo han atropellado, no ha muerto pero está muy mal, debería venir o avisar a alguien de su familia.
- Iré yo, ¿en qué hospital está?
- En el Provincial. En la entrada pregunte por la doctora Martos y me llamarán.
- Gracias, voy para allí.

El viaje al hospital fue horrible. ¿Y si se moría?, ¿y si…?, tenía que dejar de pensar, ya se enteraría cuando llegase. Tendría que decírselo a los niños, tendría que ocuparse de todo, y tenía que suceder ahora, justamente ahora.

Cuando llegó y habló con la doctora Martos se enteró de que le habían atropellado a pocas calles de su casa, y que el coche había huido, aunque tenían una descripción y parte de la matricula, pero esas eran cuestiones a tratar con la policía. Su marido estaba mal, muy mal, no sabían si saldría de ésta. El golpe en la cabeza había sido fuerte y de momento estaba en coma, las fracturas de fémur y cadera estaban ya estabilizadas, y lo único que preocupaba era su cráneo y su cerebro. Iban a esperar para hacerle las pruebas, pero si no respondía, habría que estar preparados para una posible donación de órganos.

Se quedó estupefacta. No lo quería en su vida, pero no quería que muriese, el cariño aún estaba ahí, por muy mal que se hubiese comportado le gustaba recordar cómo era cuando se conocieron, le gustaba pensar que su equivocación había estado justificada.

La doctora llamó a un policía y le hicieron muchas preguntas. Ella no tenía nada que ocultar, pero se sintió incómoda, no supo decir por qué. Le dijeron que el atropello había ocurrido a las doce y media del mediodía, y sólo entonces se acordó de la carta.

La fecha y la hora eran las que había leído en aquel papel, y comenzó a ponerse nerviosa. Se lo dijo al policía, y éste se le quedó mirando fijamente sin decir nada. Le dijo que necesitaba la carta, que le acompañaría a casa a buscarla, y fueron a buscar el coche.

Cuando llegaron fue directa a la mesilla, pero no estaba en el cajón en el que la había dejado. El policía estaba detrás de ella y eso la puso más nerviosa aún. ¿Dónde coño estaba la maldita carta? Volcó los cajones y un millón de objetos cayeron y se desperdigaron sobre la cama, incluso su vibrador, pero ella sólo estaba pendiente de encontrar aquel sobre sin remite, como si le fuese la vida en ello. Buscó también en la otra mesilla, en todos los cajones de la casa por si acaso Dina, la chica que venía a limpiar, la había cambiado de sitio. Pero Dina nunca había tocado nada de sus cajones, no tenía por qué sospechar de ella, aún así la llamó. No sabía nada, y no había tocado sus cajones, ella no los limpiaba por dentro.

El policía le pidió que le acompañase a la Comisaría, tendría que prestar declaración, además de aportar datos para la investigación, y, por supuesto, llevar la documentación del coche que poseía.

Aún no lo era, pero poco a poco se estaba convirtiendo en una pesadilla.

Tuvo que contar su versión unas diez veces más, y lo que encontraba frente a ella eran policías amables y considerados que decían que la creían, con miradas que no mentían y decían lo contrario.

Le informaron sobre el automóvil del atropello, y, al parecer, el modelo y las cifras de la matrícula coincidían con el suyo. Ahí fue cuando comenzó a tener miedo, aunque pensaba que nadie en su sano juicio creería que ella había intentado matar a Daniel. ¿Para qué? Si ya se había deshecho de él, ya no tenía que aguantarlo más, y con eso le llegaba. Era el padre de sus hijos, habían estado más de quince años juntos, no lo odiaba, simplemente no lo aguantaba más. No había razones para matarlo, pero a ellos les daba igual, las miradas acusadoras crecían por momentos.

Le dejaron volver a casa, pero no podría visitar a su marido en el hospital, tuvo que llamar a una prima para que estuviese con él. Explicó a sus hijos lo que había pasado, pero no les dijo nada de las sospechas de la policía, pensaba que se solucionaría. Les preguntó si habían rebuscado en sus cajones o si habían cogido alguna carta, pero ninguno de los dos sabía nada del tema. Desde siempre les había educado en el respeto a la intimidad y nunca habían sido cotillas con las cosas de los demás.

Lo peor era la soledad. Tenía amigas a quien llamar, pero no quería molestarlas. Se había acostumbrado a la soledad, a hacer las cosas sola, a no esperar que nadie la salvase de esa soledad que la envolvía por momentos. Y llegó un momento en el que simplemente dejó de luchar, ya no se sintió sola porque ya no esperaba que nadie estuviese a su lado. Hay que aceptar las cosas como vienen, y ella se había convertido en una experta.

La llamada que hizo fue a un amigo, abogado, al que le hizo mil preguntas y le pidió que le asesorase si todo esto continuaba. Si todo esto continuaba, ¿por qué habría de continuar? Ella no tenía nada que ocultar, ella no había hecho nada, no tenía por qué protegerse. ¿De qué?,¿de la policía?, ¿de las personas en las que se supone que debía confiar cuando te pasa algo malo? Ahuyentó esos pensamientos de su cabeza y se fue a dormir.

Durmió mal, y una de tantas veces que estuvo paseando por la casa se acercó a la ventana y vio un coche con dos hombres dentro. A uno lo había conocido ese día, así fue como supo que la estaban vigilando. Eso no hizo que durmiese mejor.

A la mañana siguiente se presentaron otros policías y le enseñaron una orden para requisar su coche. Llamó al trabajo para decir que estaba enferma. No podía, ni quería, enfrentarse a la rutina como si no hubiese pasado nada. El miedo aumentaba por momentos.

A las diez llegó Dina para limpiar. Le preguntó por su mala cara, pero la suya no era mucho mejor. No le comentó nada, no quiso que ella se asustara y decidiera no venir más o algo así. Había llegado a un punto en el que pensaba que todo el mundo la creería culpable, porque incluso ella misma comenzaba a creerlo.

Por la tarde la fueron a buscar para llevarla otra vez a comisaría. Ya no le importaba demasiado lo que ellos creyesen, estaba asumiendo, como había asumido otras cosas, que iba a ser así, que no la dejarían en paz hasta que confesase algo que no había hecho. Llamó a Raúl, su amigo abogado, o ahora casi mejor, su abogado amigo, y le dijo que iba para allá. Una vez allí le dio un abrazo, el primero que daba a alguien desde la noticia, y, aunque fue un pequeño gesto, ella se sintió mucho mejor. Es extraño que el simple contacto humano nos dé tantas fuerzas para continuar cuando ya pensábamos que la caída estaba próxima.

Le informaron de que su marido no respondía a los estímulos, y que, seguramente en un par de días, tendría que decidir qué hacer. También le dijeron que habían encontrado restos en su coche, que tenía un golpe y que habían extraído muestras para ver si se correspondían con la ropa que llevaba su marido el día anterior. Ella ya no podía articular palabra, todo se estaba confirmando sin que ella hubiese hecho nada, sin ser culpable. Sólo podía llorar, no tenía más que decir porque si no la habían creído antes, menos la creerían ahora. Sólo pensaba en sus hijos, qué harían con ellos, quién se quedaría con ellos, qué sería de ellos. Esperaba que antes de detenerla le dejasen abrazarlos por última vez. Pero de repente el tono cambió por completo, comenzaron a hacerle preguntas sobre Dina, a las que ella respondía entre sollozos pensando que sólo intentaban distraerla, pero cuando le soltaron la bomba: “¿sabía usted que su marido y Dina tenían una relación?”, se quedó alucinada. ¿Una relación? ¿Qué tipo de relación?, claro que tenían una relación, él era su jefe mientras vivía en casa con su familia. No había otra relación. Pero, al parecer, estaba equivocada. Dina y su marido habían estado juntos por lo menos durante seis meses, y ella ahora estaba embarazada. Cuando Blanca había tomado la decisión del divorcio, él había roto con Dina para intentar volver con su familia. Dina se había enamorado de él y no quería que la relación terminara, y la única forma que encontró fue intentar deshacerse de Blanca. Le mandó la carta y atropelló a Daniel con el coche de Blanca, sabía donde estaban las llaves y sabía que ella no se daría cuenta. Se llevó la carta que le había enviado y así todas las sospechas caerían sobre ella. Pero no sabía que Daniel guardaba fotos y cartas de su relación, le había dicho que las había tirado, pero no había sido así.

- Daniel siempre fue un sentimental.

martes, 23 de septiembre de 2008

Superhéroe

Al final le habían elegido a él. Cuando llegó al casting y vio las risas y los comentarios que provocaba su presencia, se arrepintió un poco de haber tenido la osadía de pensar que podían elegirlo a él, pero tal como había entendido el anuncio del periódico, creía sinceramente que tenía muchas opciones de conseguirlo, y era lo que siempre había deseado.

Le pidieron que volase, que rompiese cosas y que pusiese su cara más feroz, y también que les mostrase su única debilidad, todos tienen que tener una debilidad, y, al parecer, pasó la prueba sin mayores dificultades.
A los dos días lo llamaron, era el elegido y tendría que ir a hacerse el traje. Le dijeron que era lo que estaban buscando, alguien con quien el pueblo se sintiese identificado, gordo, con gafas, sin ningún atractivo, perezoso y descuidado. Sería el superhéroe perfecto. Ahora sólo quedaba el asunto del nombre que utilizaría y los superpoderes que poseería. Todo se confirmó cuando le preguntaron cuáles le gustaría poseer, y él pidió que nada le hiciese desfallecer, y, a poder ser, un superpene

domingo, 14 de septiembre de 2008

El cascabel

Tintineaba, como un gato que avisa de su llegada, anunciando su presencia con pasos de cascabel. La tobillera tenía la culpa, pero le gustaba que los demás supiesen.

Llegó un día en que se rompió, y los abalorios que la decoraban salían a cada paso, disparados hacia el recuerdo, escondiéndose en los más remotos rincones de las habitaciones.

Comenzó a encontrar pequeñas bolitas por la cama, pero no le dio importancia. Pensó que serían de una de tantas pulseras que llevaba su marido. Después fue la lavadora, la alfombra, y, por último, la cocina. Un día recordó y le preguntó si tenía alguna rota, pero la que contestó fue Marina, la chica que hacía las labores del hogar en su lugar, y que, al parecer, también la sustituía en otras cosas.

No dijo nada, pero al día siguiente fue a comprarle una nueva tobillera a Marina, con cascabeles también, y le pidió que se quitase la otra, que no merecía la pena llevar cosas rotas.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

El nombre

Acepté convertirme en vampiro porque me lo pidió con sus ojitos suplicantes, y ya se sabe, el amor lo puede todo. Acepté dormir en el ataúd, acepté sangre de animales que sólo tocarlos me repuganban, acepté no volver a ver la luz del día, acepté vivir eternamente e, incluso, acepté no vivir. Pero cuando me dijo que mi nombre no era el adecuado, que Víctor no era un nombre de vampiro y que debía cambiarlo por Vlad, mucho más tenebroso y oscuro, pues ahí se acabó mi paciencia. ¡La chica esa estaba loca!