jueves, 25 de septiembre de 2008

Zugal

Era morena de ojos negros, y eso la marcó desde la infancia porque tuvo que entrar en el grupo de las medas con todo lo que ello conllevaba. Se inició a los 3 años, edad a la que todos eran dirigidos hacia sus propios grupos, sin derecho a rebelarse ni opción a cambiar. Nunca tuvo muy claro el por qué de los grupos así constituidos, pero a su edad no podía hacer más que seguir las instrucciones que le marcaban.

El día que se dio cuenta de que no estaba en el grupo correcto, que las medas no era lo que a ella le correspondía, tuvo un grave enfrentamiento con los directores de la cúnula, que decidieron enviarla como castigo al grupo de los rifes, pero ella seguía gritando y pataleando, exigiendo y suplicando que no debía estar en las medas, que aquél no era su lugar.

Pasado el castigo se volvió más tranquila y obediente, y los méritos crecieron hasta hacerle poseedora de la crin dorada, un premio que le daba la oportunidad de visitar cualquier grupo, y si era elegida por el comité de zugals, podría hacer valer esa opción para convertirse, en un futuro, en uno de ellos.

No conocía a los zugals, nadie los había visto, sólo aquellos que también se convertían, y existían un millón de leyendas que les conferían poderes y sabiduría a partes iguales. Eran los únicos que estaban por encima de grupos y leyes, ellos eran la ley, la única ley que perduraba en la cúnula y que, al parecer, por lo que decían, se trasladaba de unos a otros según iban convirtiéndose, algo muy raro en un mundo donde la palabra escrita lo era todo.

Un día, poco antes de que la elección fuese hecha, volvió a ella la rebelión y la inconformidad, y tras meditarlo mucho se cortó el pelo al cero y se cosió los ojos con hilo rojo. El dolor que sintió no fue nada en comparación con la inevitabilidad que había sufrido durante toda su vida. Sí, era morena de ojos negros, pero eso no la convertía en una meda, nunca le habían explicado por qué.

Su acción se conoció por toda la cúnula, y todos estaban ofendidos por la rebeldía y la poca consideración hacia los de su propio grupo, pero alguien vino a su habitación, la cogió de la mano, y le pidió que no hiciera preguntas, que sólo lo acompañase. En una pequeña sala sintió las manos de mucha gente sobre su cara, escuchó voces que asentían y, tras un largo rato de incomprensión le dieron la bienvenida. Sin ella saberlo, ya se había convertido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este está muy bien, me gusta!
sigue asi!!
Maria