El rojo contrastaba con el blanco puro de la nieve. La escena no tenía sentido, pero no había ninguna duda, estaba muerto.
Los que llegaron respondiendo a la llamada, y los que lo hicieron por curiosidad, lacrimeaban en silencio. La desilusión era plausible, y, poco a poco, se fueron a sus destinos familiares para contar la mala noticia.
Pensaron que se había caído, por la profundidad a la que el cuerpo estaba sumergido en la nieve. No había ni rastro del trineo o de los renos. Era muy desconcertante, ¿por qué no habían vuelto a buscarlo?
martes, 23 de diciembre de 2008
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