miércoles, 8 de octubre de 2008

La muerte en el espejo

Aquel espejo me ponía nervioso. Cada vez que bajaba por las escaleras me encontraba con mi imagen reflejada, y por eso, cada noche lo movía de forma que sólo reflejase el cuadro del santo cuyo nombre nunca había recordado.

Cada mañana volvía a estar en su sitio, recto y desafiante, empeñándose en cumplir su función, y los niños que bajaban las escaleras se veían en él y le hacían muecas y gestos. Otros se miraban con curiosidad, como si no se conociesen, pero todos enfrentados a la verdad de sus rostros inmaculados y puros.

Antes yo también me miraba en él, y veía mi sonrisa y mis ojos grandes y vivos, pensando que nada cambiaría, que todo cobraría otro significado con el tiempo, y que ese espejo sería como un diario de lo vivido: su reflejo me contaría la historia de mi vida.

Vuelvo a bajar las escaleras para moverlo, y las bajo con los ojos cerrados, no quiero verme más, porque donde había ojos ahora sólo hay huecos, y donde había sonrisa sólo hay espanto, y donde había vida sólo queda muerte.

No hay comentarios: