jueves, 15 de abril de 2010

Intruso

Descolgó el teléfono rápidamente, puesto que ya sonaba cuando salió del ascensor, y después de muchos "hola, ¿hay alguien ahí?" sintiendo que realmente había alguien ahí, colgó. No le dio más importancia. A raíz de esa llamada, cada día, cuando salía del ascensor, ya oía el timbre del teléfono sonando imparable, y digo imparable porque si no lo descolgaba, sonaba y sonaba, y volvía a llamar, una y otra vez hasta que, por cansancio, terminaba descolgándolo. Ella misma se extrañaba de no tener fuerzas ni decisión para desconectar definitivamente el teléfono, pero la curiosidad podía con ella. Esperaba que algún día, la persona que estaba al otro lado, dijese algo, lo que fuese, ya daba igual, lo único que buscaba era una voz, una palabra.

Ya eran tres meses los que habían pasado desde la primera vez, y esa tarde se extrañó cuando salió del ascensor. El teléfono no sonaba. Pensó que por fin había terminado la pesadilla, y que nunca conocería a la persona que se escondía al otro lado del aparato. No sabía si era la pena o el alivio lo que predominaba, pero sacó las llaves, dejó el bolso en la cama, y se olvidó del asunto. Aunque no por mucho tiempo, porque después de la ducha, de la cena, y una vez sentada en el sofá, a la espera de la serie de los miércoles, cogió el teléfono y marcó las teclas que le permitirían hacer una llamada a la última persona que le hubiese llamado a ella, y cuando sonó el primer tono, una música, procedente de su habitación, la dejó helada.

martes, 6 de abril de 2010

Rutina

Bajó la vista ante la mirada acusadora de su madre. Le riñó y le obligó a limpiar el baño, como siempre hacía. Después le puso la cena en la mesa y lo comió todo mientras veía los dibujos en la tele. Sabía que a la mañana siguiente, cuando despertase, el cuerpo del niño en la bañera ya no estaría allí.