jueves, 30 de abril de 2009

Aburrimiento

Me los regalaron por mi quince cumpleaños. Venían en una pecera redonda, con su red para pescarlos, y su bote de comida. Naranja y Brillante eran naranjas, pero me pareció un poco patético ponerles Naranja 1 y Naranja 2, aunque no los distinguía y los nombraba al azar, pero cuando te regalan mascotas lo normal (lo que se espera) es que les des un nombre.

Cada día les echaba su comida, cada día hacían sus caquitas, y cada semana les cambiaba el agua de la pecera. Eran unos animales aburridos y sin sentido que lo único que me enseñaban era el tedio que supone ser pez.

Después de unos meses (largos meses), Naranja (o puede que fuese Brillante) apareció flotando. Flotaba de lado, aunque siempre había oído que cuando mueren flotan panza arriba, pero es mentira. Así que lo pesqué con la red, y su última zambullida lo debió llevar por tuberías interminables hasta alguna depuradora.

Seguí con mi rutina, pero yo notaba que Brillante (¿o era Naranja?) se aburría muchísimo (casi tanto como yo), porque no dejaba de dar vueltas y más vueltas a aquella pecera redonda. Era mareante mirarlo. Además, estaba el hecho de que tenía que seguir cambiando el agua de la pecera, un trabajo engorroso a más no poder, sobre todo por un solo pez.

Un día, que me desperté con mi vena investigadora, decidí hacer un experimento: eché una gota de una colonia asquerosa (verdaderamente asquerosa) en la pecera. No pasó nada. Al día siguiente, eché dos. No pasó nada. Treinta y seis gotas necesité para probar que los peces no soportan el alcohol, treinta y seis interminables días para que Brillante (¿o era Naranja?) decidiese flotar de lado en aquella pecera redonda.

4 comentarios:

Tordon dijo...

¿Experimenta usted también con los novios?
Me tiemblan las rodillas...
Salu2

Cruella dijo...

Aunque así fuese, no debería usted preocuparse. ;-)

Saludos

hécuba dijo...

Tuvimos dos hace poco, los dos de color naranja. El primero apareció boca arriba enseguida. Entonces en la pecera pegamos un dibujo de un pez naranja para ver si engañábamos al otro y pensaba que tenía compañía. Y lo pensó. Día tras día. Nos cansamos de limpiarle el agua, de darle de comer, de llevarlo de aquí a allá. Yo creía que duraban poco y el condenado ahí seguía dando vueltas en su minúscula pecera. Incluso se me cayó al suelo desde una altura de un metro y pico, se quedó conmocionado, estuvo dos días inconsciente, pero revivió. Y ahí todo el rato, como el cuervo de Poe. Sin descanso. Casi creímos que nos iba a enterrar él o ella a nosotros. Pero al final, kaput. Se acabó el pez, su limpieza y mantenimiento.
(Un poco largo el comentario, pero tenía que desahogarme :)

Cruella dijo...

Hécuba,

Te entiendo, este relato está basado en hechos reales. ;-)

Saludos