Se levantó lentamente, desnuda, como siempre dormía, y fue caminando despacio, descalza, con un tambor en el pecho que apenas la dejaba oír, pero tan atenta a los sonidos imperceptibles que en un momento incluso pensó que eso debían sentir los superhéroes: sus sentidos multiplicados. Se río por dentro, "no te rías, no tiene puta gracia", se riñó a sí misma.
En el baño encuentra poco con lo que defenderse, hasta que recuerda las tijeras, y también la lima de uñas. Incluso, si encontrase un mechero, podría abrasarle la cara con el desodorante, "olería bien durante un tiempo", pensó, y volvió a reírse, y volvió a reñirse.
Se decidió por las tijeras, y esperó agazapada detrás de la puerta. Oía sus pasos por el pasillo, oía su respiración, y creía que también oía su corazón latiendo acelerado, pero seguramente era el suyo, que hacía eco.
Se acercaba, se acercaba ya. Entró en el baño y pasó la puerta. Saltó hacia él y le clavó las tijeras en la espalda, y no esperó a que cayera, no sabía si las había clavado del todo, no sabía dónde las había clavado, no quería ver lo que había hecho, y mientras corría por el pasillo un grito desgarrado la detuvo bruscamente: "mamáaaaaaaa"
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