viernes, 15 de mayo de 2009

El hijo del amor

Nueve meses había tenido que esperar, pero ya quedaba poco para cumplir su sueño, pronto lo tendría entre sus brazos y podría verle la carita. El parto había sido complicado, al final tuvieron que dormirle y hacerle la cesárea, estaba agotada y sus ojos se cerraban, pero aún no lo habían traído, le estaban haciendo pruebas, eso le decían. También le dijeron que se había agarrado a ella, que no quería salir, y entonces aún le quiso más, porque él ya le quería sin conocerla, sin haberla visto nunca. Era su mamá y siempre lo sería. ¡Cómo deseaba tenerlo ya entre sus brazos!

Al cabo de un rato entró la enfermera, una señora agradable y charlatana que siempre conseguía sacarle una sonrisa. No habló demasiado, ni siquiera hubo sonrisa, pero le dio igual, traía en sus manos a su hijo, su cosita, su tesoro, su bichito, su corazón. Cuando se lo puso entre los brazos sintió un escalofrío de placer.

Y era precioso, un bebé realmente precioso, con sus ojitos amarillos, y la garra que abrazaba su dedo y lo cogía con fuerza, las escamitas verdes alrededor del ombligo, y la pequeña lengua viperina que sacaba cuando bostezaba. Se enamoró de él al instante.

6 comentarios:

Viktor dijo...

Previsible, manido. "Rosemary's baby", ya sabes.

Te estás encasillando, tienes que currarte un poco más los temas.

Aquí, por ejemplo, la supuesta impresión del final se queda en nada. Hubiera sido mejor un bebé menos obviamente horrible, pero con un rasgo, uno sólo, definitivamente siniestro. Dientes, por ejemplo.

Besos.

Cruella dijo...

Hay niños que nacen con dientes. :-)

Estoy seca, no se me ocurren ideas originales, y lo poco que se me ocurre no es bueno.

Un beso.

Pd: Y yo pensando que lo de la lengua viperina quedaba muy siniestro. ;-)

Viktor dijo...

Justamente, porque hay niños que nacen con dientes es siniestro: lo siniestro no es lo sobrenatural, sino lo familiar. "Y entonces el niño le sonrió con una boca llena de dientes blanquísimos." Incomparable a una lengua viperina, que resulta simplemente natural una vez que se acepta que el niño es un reptil, cosa, si bien se mira, infinitamente más aceptable que un niño que sea humano pero tenga una característica un poco peculiar.

Por otro lado, como siempre te he dicho, debes concederle algo más de pericia al lector, te tienes que dirigir a lectores de cierto nivel, que acepten sus juegos, y ponérselo un poco difícil. Si el parto ha sido difícil o si le han hecho la cesárea es irrelevante. Si de lo que se trata es de que no ha visto al niño no hace falta darle tantas vueltas: el "reconocimiento" puede producirse, por el mismo precio, en el paritorio, y ante la mirada tranquilizadora de la comadrona. Así te ahorras dos párrafos fatigosos.

Y, además, deja siempre hueco para interpretaciones múltiples. El testimonio que se ofrece no debe ser incontestable. Cuanto más oblicua sea la información y su formulación, más eficiente es el microrrelato. Es un género que tiene sus limitaciones y sus retos, pero también sus felices descubrimientos.

Y si estás "seca", simplemente no escribas. No merece la pena.

Besos.

Cruella dijo...

Cuando comencé a escribirlo pensé que el niño se agarraba a ella en el parto y la desgarraba por dentro, por eso lo de la cesárea y el comentario de que el niño no quería salir, pero no quería poner el acento sobre ello porque sólo era una anécdota sobre el niño- monstruo, que se me ocurrió al pensar en un niño con garras (qué lío).

Ya es tarde para esto, un beso y buenas noches.

Viktor dijo...

No es mala la idea del niño que se agarra porque ha nacido con garras, pero, de nuevo, se pierde sin ser aprovechada. Hubiera sido mejor que te concentrases en eso. Un solo rasgo monstruoso, como ése, en un bebé perfectamente humano. Aunque, me temo, los detalles de obstetricia no acaban de quedar bien en un relato, salvo que se quiera hacer realmente gore.

Besos.

Cruella dijo...

La sangre no me asusta, salvo cuando es mía. ;-)

Beso