Subimos al autobús como corderos, por lo menos era puntual, y tras sentarnos en cualquier asiento, sólo esperamos a que se pusiese en marcha.
Había muchos viejos, quizá perdidos en un autobús que no les llevaría a destino alguno, pero estaba allí, como los otros, y a ellos les daba igual, sólo importaba el viaje, ni el comienzo ni el final tenían sentido.
Cuando llegamos se notó el nerviosismo, no querían bajar, algunos comenzaron a llorar sabiendo que se habían equivocado, pero ya era tarde, no había viaje de vuelta. “Eso les pasa por no preguntar”.
Bajamos, algunos por propia voluntad, otros obligados; nos dieron una pala, nos mostraron el lugar correspondiente, y todos empezamos a cavar en el sitio que nos había tocado. El autobús ya se había marchado, el viaje llegaba a su fin.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario