Cuanto más pensaba en ello, más le seducía la idea. Pero necesitaba una planificación inmaculada, la precisión era esencial. El tiempo jugaba a su favor, no había prisas. Decidió que lo mejor eran las drogas, una que no dejase residuos, instantánea, fulminante, que le detuviese el corazón de repente, y para siempre.
La encontró al cabo de varios meses, y compró por Internet el doble de la dosis letal.
La despedida fue horrible, pero se planteó un futuro sin él y nada más importaba. Se la daría justo antes de ir a trabajar y se consideraría accidente laboral, y además del seguro, la pensión por viudedad, y el piso, tendría una indemnización. Merecía la pena.
La llamaron al cabo de tres horas. Sabía que era la llamada y estaba preparada, pero la sorpresa fue real. Estaba en el hospital, lo habían recuperado, pero las secuelas serían importantes si sobrevivía.
A los cuatro meses volvió a casa, en silla de ruedas, con la cabeza ladeada y babeando, con más de la mitad del cerebro muerto, y convertido en la cárcel que merecía.
Pero ahora sería más fácil.
martes, 14 de julio de 2009
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